Pro Francisco

Francisco:

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(Jesús Bastante).- "Una Iglesia con rostro amazónico, una Iglesia con rostro indígena". El sueño del Papa Francisco de visitar el pulmón del planeta se hizo realidad esta tarde, con un histórico y emocionante encuentro con las poblaciones originarias de Puerto Maldonado, en el que Bergoglio bailó, rió, se emocionó y escuchó las reivindicaciones de un pueblo que "nunca estuvo tan amenazado". Y gritó con ellos a la conciencia de los poderosos, para denunciar la trata de personas, la mano de obra esclava y el abuso sexual, que "es un clamor que llega al cielo".

El Papa fue recibido por el obispo dominico español David Martínez. A Francisco se le nota feliz por tocar, por fin, las puntas de la Amazonía, uno de los pulmones del planeta, y que tan bien ha dibujado en su magnífica Laudato Sí. Francisco vino "a escuchar", a "ver en vuestros rostros el reflejo de esta tierra". Y la vio, la tocó, la sintió: primero, en el abrazo que se dio con varias decenas de niños; segundo, en el abrazo que su presencia supuso para una de las zonas más amenazadas de la Tierra, "el gemido de la Madre Tierra".



Y vino con una idea muy clara: defender a los pueblos de la Amazonía de la explotación de los terratenientes. "Nunca los pueblos originarios estuvieron tan amenazados", denuncia, claro, conciso, Bergoglio. Y muestra un profundo respeto hacia los derechos de cada pueblo, de cada cultura, especialmente de los más empobrecidos. "Cada cultura que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia".

El Coliseo Regional 'Madre de Dios' de Puerto Maldonado es fiel reflejo de la Iglesia que pretende Francisco. Un recinto circular, en el que todos pueden verse unos a otros, cada uno con sus diferencias, sus distintos ropajes y sensibilidades. Tal y como querrá que sea el próximo Sínodo de la Amazonía.

"Su mirada ha descubierto la riqueza mayor de la Amazonía, que no son la madera ni los minerales, que son sus pueblos. Aquí los tiene", señaló el dominico español. "Rostros que dan fe de sus luchas y esperanzas, sabidurias que dialogan con la naturaleza, en armonía con ella", recalcó David Martínez. "Ellos son sus mejores interlocutores".

En su saludo al Papa, representantes de los pueblos originarios denunciaron ante el Papa la explotación de nuestros recursos naturales": los cortadores de árboles, los buscadores de oro, las compañías petroleras, los que abren caminos de cemento. "Ellos entran en nuestro territorio, moriremos cuando los foráneos perforen la tierra, cuando envenenen y malogren nuestros ríos", afirmaron Héctor Sueyo y Yésica Patiachi, del Pueblo Harakbut.



"Hoy estamos vivos, y seguimos resistiendo (...). Le pedimos que nos defienda. Los foráneos nos ven débiles e insisten en quitarnos nuestro territorio (...). si logran quitarnos nuestras tierras podemos desaparecer".

"Queremos que nuestros hijos se eduquen y no sean discriminados como nosotros", subrayaron. "Somos pueblos originarios, hemos vivido desde tiempos remotos. Nuestra herencia ancestral es nuestra lengua. Nos sentimos orgullosos de pertenecer a un pueblo originario y hablar nuestra lengua"

El cielo está muy molesto, y llora, porque estamos destruyendo nuestro planeta. "Si no tenemos alimento, moriremos de hambre. Todos los pueblos de la Amazonía les queremos decir a ustedes: Cuidemos y protejamos nuestra tierra para vivir en armonía"

"Lleve el mensaje de Dios, acompáñenos como Jesús. Gracias papa Francisco, por escucharnos". Entre unos y otros parlamentos, algunos de los más ancianos representantes de las comunidades originarias se levantaban, sin protocolo alguno, y saludaban a Bergoglio. Es su tierra, son sus normas, es su historia... y su futuro.

María Luzmila Bermeo, indígena awajún, criticó cómo "hemos agredido al bosque, matando peces con barbasco y chichorro, talando árboles, cazando muchos animales, contaminando los ríos con minería, sacando oro de los ríos, explotando el petróleo. Ahora no tenemos muchos recursos naturales. No cuidamos. No respetamos la naturaleza. Más bien contaminamos toda la naturaleza", pidió al Papa que "ore mucho para que la amazonia no pierda sus saberes, sus riquezas, sus culturas y sus valores". Finalmente, representantes de otras tribus leyeron, en sus dialectos, algunos pasajes de la Laudato Sí, que en su lengua suena aún más hermosa, aún más auténtica, aún más amazónica.



El Papa vino a escuchar, pero también a hacer sonar su voz, hacer que su voz reflejara el llanto y las legítimas aspiraciones de los pueblos originarios. Así lo hizo. "He deseado mucho este encuentro. Quise empezar desde aquí la visita a Perú. Gracias por vuestra presencia y por ayudarnos a ver más de cerca, en vuestros rostros, el reflejo de esta tierra. Un rostro plural, de una enorme riqueza"

"Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa", proclamó el Papa, quien subrayó "las hondas heridas que llevan consigo la Amazonía y sus pueblos". "He querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas".

"Probablemente los pueblos amazónicos originarios nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora" denunció Francisco, quien señaló a "los grandes intereses económicos" que "apuntan su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos". También, por las amenazas contra su vida y su forma de vivirla.

Así, el Papa señaló cómo "hemos de romper con el paradigma histórico que considera la Amazonía como una despensa inagotable de los estados, sin tener en cuenta a sus habitantes". Por eso, "considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos, asumiendo y rescatando la cultural, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que le son propias. Un diálogo intercultural en el que ustedes sean los principales interlocutores".



"Permítanme decirles que si para algunos ustedes son considerados un obstáculo o un estorbo, ustedes son un grito a la conciencia (...), son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la casa común", recalcó.

Una defensa de la tierra que tiene que estar unida a la defensa de la vida, amenazada por "los derrames de hidrocarburos" o la minería ilegal, pero también por "la trata de personas, la mano de obra esclava o el abuso sexual, contra adolescentes y mujeres, es un clamor que llega al cielo".

"No nos hagamos los distraídos. Hay mucha complicidad", denunció el Santo Padre, quien se comprometió a que la Iglesia "nunca dejará de gritar por los descartados y por los que sufren".

"El reconocimiento de estos pueblos, auténticos interlocutores, nos recuerda que no somos poseedores absolutos de la creación", apuntó, pidiendo a los pueblos originarios que mantengan "su cosmovisón, su sabiduría". Al tiempo, denunció las "políticas de esterilización" de las poblaciones aborígenes.

"En momentos de crisis pasadas, ante diferentes imperialismos, las familias han sido la mejor defensa de la vida", recordó, pidiendo "no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos disfrazados de progreso, que van estableciendo un pensamiento único, uniforme y débil".

"Muchos han escrito y hablado sobre ustedes. Está bien que ahora sean ustedes mismos quienes se autodefinan y nos muestren su identidad. Necesitamos escucharlos", clamó Bergoglio, quien pidió a los pueblos que "no sucumban a los intentos que hay por desarraigar la fe católica de sus pueblos. Cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo".

"La Iglesia no es ajena a vuestras vidas, no quiere ser extraña a vuestra forma de vida y organización. Necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las iglesias locales amazónicas", y por ello convocó el Sínodo de la Amazonía, cuya primera reunión "será aquí, hoy, esta tarde".



Palabras del Papa:


Queridos hermanos y hermanas:
Junto a ustedes me brota el canto de san Francisco: «Alabado seas, mi Señor». Sí, alabado seas por la oportunidad que nos regalas con este encuentro. Gracias Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, señor Héctor, señora Yésica y señora María Luzmila por sus palabras de bienvenida y por sus testimonios. En ustedes quiero agradecer y saludar a todos los habitantes de la Amazonia.
Veo que han venido de los diferentes pueblos originarios de la Amazonia: Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas, Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá, Manchineris, Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar, Boras, Awajún, Wampís, entre otros. También veo que nos acompañan pueblos procedentes del Ande que se han venido a la selva y se han hecho amazónicos. He deseado mucho este encuentro. Gracias por vuestra presencia y por ayudarme a ver más de cerca, en vuestros rostros, el reflejo de esta tierra. Un rostro plural, de una variedad infinita y de una enorme riqueza biológica, cultural, espiritual. Quienes no habitamos estas tierras necesitamos de vuestra sabiduría y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región, y se hacen eco las palabras del Señor a Moisés: «Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa» (Ex 3,5).
Permítanme una vez más decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra maravillosa de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que estas tierras envuelven!
Este canto de alabanza se entrecorta cuando escuchamos y vemos las hondas heridas que llevan consigo la Amazonia y sus pueblos. Y he querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas.
Probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora. La Amazonia es tierra disputada desde varios frentes: por una parte, el neo-extractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos que dirigen su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales. Por otra parte, la amenaza contra sus territorios también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven la «conservación» de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano y, en concreto, a ustedes hermanos amazónicos que habitan en ellas. Sabemos de movimientos que, en nombre de la conservación de la selva, acaparan grandes extensiones de bosques y negocian con ellas generando situaciones de opresión a los pueblos originarios para quienes, de este modo, el territorio y los recursos naturales que hay en ellos se vuelven inaccesibles. Esta problemática provoca asfixia a sus pueblos y migración de las nuevas generaciones ante la falta de alternativas locales. Hemos de romper con el paradigma histórico que considera la Amazonia como una despensa inagotable de los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes.
Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo intercultural en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios».[1] El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación.


Como contraparte, es justo reconocer que existen iniciativas esperanzadoras que surgen de vuestras bases y organizaciones, y propician que sean los propios pueblos originarios y comunidades los guardianes de los bosques, y que los recursos que genera la conservación de los mismos revierta en beneficio de sus familias, en la mejora de sus condiciones de vida, en la salud y educación de sus comunidades. Este «buen hacer» va en sintonía con las prácticas del «buen vivir» que descubrimos en la sabiduría de nuestros pueblos. Y permítanme decirles que si, para algunos, ustedes son considerados un obstáculo o un «estorbo», en verdad, con sus vidas son un grito a la conciencia de un estilo de vida que no logra dimensionar los costes del mismo. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común.
La defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida. Sabemos del sufrimiento que algunos de ustedes padecen por los derrames de hidrocarburos que amenazan seriamente la vida de sus familias y contaminan su medio natural.
Paralelamente, existe otra devastación de la vida que viene acarreada con esta contaminación ambiental propiciada por la minería ilegal. Me refiero a la trata de personas: la mano de obra esclava o el abuso sexual. La violencia contra las adolescentes y contra las mujeres es un clamor que llega al cielo. «Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: "¿Dónde está tu hermano?" (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? [...] No nos hagamos los distraídos. Hay mucha complicidad. ¡La pregunta es para todos!».[2]
Cómo no recordar a santo Toribio cuando constataba con gran pesar en el tercer Concilio Limense «que no solamente en tiempos pasados se les hayan hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso, sino también hoy muchos procuran hacer lo mismo...» (Ses. III, c.3). Por desgracia, después de cinco siglos estas palabras siguen siendo actuales. Las palabras proféticas de aquellos hombres de fe -como nos lo han recordado Héctor y Yésica-, son el grito de esta gente, que muchas veces está silenciada o se les quita la palabra. Esa profecía debe permanecer en nuestra Iglesia, que nunca dejará de clamar por los descartados y por los que sufren.
De esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los más indefensos. Estoy pensando en los pueblos a quienes se refiere como «Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario» (PIAV). Sabemos que son los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago de épocas pasadas les obligó a aislarse hasta de sus propias etnias, emprendieron una historia de cautiverio en los lugares más inaccesibles del bosque para poder vivir en libertad. Sigan defendiendo a estos hermanos más vulnerables. Su presencia nos recuerda que no podemos disponer de los bienes comunes al ritmo de la avidez del consumo. Es necesario que existan límites que nos ayuden a preservarnos de todo intento de destrucción masiva del hábitat que nos constituye.


El reconocimiento de estos pueblos -que nunca pueden ser considerados una minoría, sino auténticos interlocutores- así como de todos los pueblos originarios nos recuerda que no somos los poseedores absolutos de la creación. Urge asumir el aporte esencial que le brindan a la sociedad toda, no hacer de sus culturas una idealización de un estado natural ni tampoco una especie de museo de un estilo de vida de antaño. Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho que enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura. Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos.[3]
La cultura de nuestros pueblos es un signo de vida. La Amazonia, además de ser una reserva de la biodiversidad, es también una reserva cultural que debe preservarse ante los nuevos colonialismos. La familia es y ha sido siempre la institución social que más ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas. En momentos de crisis pasadas, ante los diferentes imperialismos, la familia de los pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida. Se nos pide un especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos disfrazados de progreso que poco a poco ingresan dilapidando identidades culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único... y débil. Escuchen a los ancianos. Ellos tienen una sabiduría que les pone en contacto con lo trascendente y les hace descubrir lo esencial de la vida. No nos olvidemos que «la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal».[4] Y la única manera de que las culturas no se pierdan es porque se mantienen en dinamismo, en constante movimiento. ¡Qué importante es lo que nos decían Yésica y Héctor: «queremos que nuestros hijos estudien, pero no queremos que la escuela borre nuestras tradiciones, nuestras lenguas, no queremos olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral»!
La educación nos ayuda a tender puentes y a generar una cultura del encuentro. La escuela y la educación de los pueblos originarios debe ser una prioridad y compromiso del Estado; compromiso integrador e inculturado que asuma, respete e integre como un bien de toda la nación su sabiduría ancestral, nos lo señalaba María Luzmila.
Pido a mis hermanos obispos que, como se viene haciendo incluso en los lugares más alejados de la selva, sigan impulsando espacios de educación intercultural y bilingüe en las escuelas y en los institutos pedagógicos y universidades.[5] Felicito las iniciativas que desde la Iglesia Amazónica peruana se llevan a cabo para la promoción de los pueblos originarios: escuelas, residencias de estudiantes, centros de investigación y promoción como el Centro Cultural José Pío Aza, el CAAAP y CETA, novedosos e importantes espacios universitarios interculturales como NOPOKI, dirigidos expresamente a la formación de los jóvenes de las diferentes etnias de nuestra Amazonia.
Felicito también a todos aquellos jóvenes de los pueblos originarios que se esfuerzan por hacer, desde el propio punto de vista, una nueva antropología y trabajan por releer la historia de sus pueblos desde su perspectiva. También felicito a aquellos que, por medio de la pintura, la literatura, la artesanía, la música, muestran al mundo su cosmovisión y su riqueza cultural. Muchos han escrito y hablado sobre ustedes. Está bien, que ahora sean ustedes mismos quienes se autodefinan y nos muestren su identidad. Necesitamos escucharles.
¡Cuántos misioneros y misioneras se han comprometido con sus pueblos y han defendido sus culturas! Lo han hecho inspirados en el Evangelio. Cristo también se encarnó en una cultura, la hebrea, y a partir de ella, se nos regaló como novedad a todos los pueblos de manera que cada uno, desde su propia identidad, se sienta autoafirmado en Él. No sucumban a los intentos que hay por desarraigar la fe católica de sus pueblos.[6] Cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo. La Iglesia no es ajena a vuestra problemática y a sus vidas, no quiere ser extraña a vuestra forma de vida y organización. Necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las Iglesias locales amazónicas. Ayuden a sus obispos, misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esta manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena. Con este espíritu convoqué un Sínodo para la Amazonia para el año 2019.
Confío en la capacidad de resiliencia de los pueblos y su capacidad de reacción ante los difíciles momentos que les toca vivir. Así lo han demostrado en los diferentes embates de la historia, con sus aportes, con su visión diferenciada de las relaciones humanas, con el medio ambiente y con la vivencia de la fe.
Rezo por ustedes, por su tierra bendecida por Dios, y les pido, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Muchas gracias.
Tinkunakama (Quechua: Hasta un próximo encuentro).
_________________________
[1] Carta enc. Laudato si', 146.
[2] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 211.
[3] Son preocupantes las noticias que llegan sobre el avance de algunas enfermedades. Asusta el silencio porque mata. Con el silencio no generamos acciones encaminadas a la prevención, sobre todo de adolescentes y jóvenes, ni tratamos a los enfermos, condenándolos a la exclusión más cruel. Pedimos a los Estados que se implementen políticas de salud intercultural que tengan en cuenta la realidad y cosmovisión de los pueblos, promoviendo profesionales de su propia etnia que sepan enfrentar la enfermedad desde su propia cosmovisión. Y como lo he expresado en Laudato si', una vez más es necesario alzar la voz a la presión que organismos internacionales hacen sobre ciertos países para que promuevan políticas de reproducción esterilizantes. Estas se ceban de una manera más incisiva en las poblaciones aborígenes. Sabemos que se sigue promoviendo en ellas la esterilización de las mujeres, en ocasiones con desconocimiento de ellas mismas.
[4] Carta enc. Laudato si', 145.
[5] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 530.
[6] Cf. ibíd., 531.




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